INCIDENTE EN LA PATAGONIA
Novela de suspenso
Tapa blanda y versión Kindle a la venta en Amazon
y Barnes & Noble – 294 pgs.
Sinopsis
Corren los últimos años del Proceso Militar en la Argentina y la guerra sobre las Islas Malvinas está a punto de estallar.
Alicia Rivera, una periodista que lleva una vida profesional sin mayores altibajos en Bariloche, un centro turístico de la Patagonia, es detenida y amenazada por misteriosos hombres que viajen en un Falcon verde oliva. El suceso se complica cuando poco después, Susana Machevsky, su colega y amiga de la infancia, a quien Alicia quiere como a una hermana, desaparece en Buenos Aires. Ansiosa por averiguar su paradero, Alicia se embarca en una peligrosa odisea, seguida por la sombra de un hombre con aparente influencia en los círculos de las fuerzas de seguridad que operan libremente en esa época.
En la desesperada búsqueda no solo encuentra el rastro de su amiga, sino que se enfrenta con los detalles, hasta ese momento ignorados por ella, de cómo los diversos sectores de la sociedad viven el proceso militar de facto. Algunos sacando ventajas de la situación, otros tomándola con indiferencia, y por fin otros trabajando en forma no violenta y en silencio. Así entra en diálogo con su propia familia, con amigos, con diversos sectores de una Iglesia Católica y también con un inescrupuloso representante de unas fuerzas de seguridad poderosas y ocultas. Paso a paso Alicia va descubriendo la impotencia de su propia situación como miembro de una clase media mayoritaria, víctima de dos sectores extremos que ejercen con impunidad la violencia en su país.
Cuando su misterioso “contacto” reclama un alto precio por la ayuda, ella toma una decisión transformadora. La experiencia cambia su vida y la lleva a un dramático enfrentamiento final.
y Barnes & Noble – 294 pgs.
Sinopsis
Corren los últimos años del Proceso Militar en la Argentina y la guerra sobre las Islas Malvinas está a punto de estallar.
Alicia Rivera, una periodista que lleva una vida profesional sin mayores altibajos en Bariloche, un centro turístico de la Patagonia, es detenida y amenazada por misteriosos hombres que viajen en un Falcon verde oliva. El suceso se complica cuando poco después, Susana Machevsky, su colega y amiga de la infancia, a quien Alicia quiere como a una hermana, desaparece en Buenos Aires. Ansiosa por averiguar su paradero, Alicia se embarca en una peligrosa odisea, seguida por la sombra de un hombre con aparente influencia en los círculos de las fuerzas de seguridad que operan libremente en esa época.
En la desesperada búsqueda no solo encuentra el rastro de su amiga, sino que se enfrenta con los detalles, hasta ese momento ignorados por ella, de cómo los diversos sectores de la sociedad viven el proceso militar de facto. Algunos sacando ventajas de la situación, otros tomándola con indiferencia, y por fin otros trabajando en forma no violenta y en silencio. Así entra en diálogo con su propia familia, con amigos, con diversos sectores de una Iglesia Católica y también con un inescrupuloso representante de unas fuerzas de seguridad poderosas y ocultas. Paso a paso Alicia va descubriendo la impotencia de su propia situación como miembro de una clase media mayoritaria, víctima de dos sectores extremos que ejercen con impunidad la violencia en su país.
Cuando su misterioso “contacto” reclama un alto precio por la ayuda, ella toma una decisión transformadora. La experiencia cambia su vida y la lleva a un dramático enfrentamiento final.
Fragmento del Capítulo VIII
"Si el éxito se medía por el nivel económico y el estatus social, Viviana era sin duda la más exitosa de todo el grupo que se había conocido en la secundaria.
–Se te ve muy bien, como siempre–, dijo Alicia con sincera admiración. Vestida con un trajecito sastre impecable y con el maquillaje fresco que cubría las aborrecidas pecas de pelirroja que la habían mortificado en la adolescencia, su amiga lucía espléndida.
–Gracias, vos también estás linda, como siempre –respondió Viviana con cortesía.
–Lo decís por cumplir. Estoy horrible.
–Qué vas a estar horrible. ¿De dónde sacaste eso? Tenés cara de cansada, nada más.
Se decidieron por una pequeña y ruidosa cafetería al lado del edificio. Estaba llena de gente y encontraron una mesa discretamente ubicada fuera del tráfico de los mozos. Al terminar el almuerzo Alicia juntó valor para preguntar si es que había visto a Susana a su regreso de Bariloche. Viviana levantó los ojos sorprendida y Alicia comprendió que todavía no había sospechado nada desde su llamada.
–¿Por qué? –Su expresión cambió. Los agudos ojos verdes delataban lo alarmada que estaba–. ¿Le pasa algo? No me digas que no la has visto desde que me llamaste desde tu casa… porque no la has visto, ¿no? ¿Hablaste con ella?
–La verdad es que no.
Viviana se inclinó sobre la mesa y, hablando en voz baja, mientras la miraba a los ojos, le dijo con franqueza:
–Espero que no te lo tomes a mal, Alicia, pero tengo que ser sincera con vos. No sé qué le ha pasado a Susana y sinceramente espero que esté bien, pero si la han metido presa, o se la han llevado, como le ha pasado a tanta gente que andaba metida en cosas raras contra el gobierno, yo no quiero ni saber qué pasó. No quiero tener absolutamente nada que ver con este tema. Y si vos decís que me hablaste de eso hoy, lo voy a negar. Espero que ella nunca más me llame–. Vaciló por un instante–. Mirá, yo he trabajado mucho y muy duro para llegar a donde estoy y no pienso arriesgar ni mi trabajo ni mi futuro porque una amiga mía se volvió loca y se metió en cosas turbias.
Alicia la miraba con los ojos desorbitados, fijos en los brillantes y fríos de la otra. No podía creer lo que estaba escuchando. Había anticipado varios tipos de reacciones, hasta miedo, pero nunca esta lección dicha con reproche, con odio. Se trataba de una buena amiga de Susana, o eso era lo que ella había creído hasta entonces.
–Tenés miedo. Estás muerta de miedo–, dijo Alicia sosteniendo su mirada, con bronca.
Viviana se revolvió en su silla, incómoda."
Fragmento del Capítulo XI
"Subieron hacia el Barrio Alto por la calle Onelli, la arteria comercial, siempre atestada de gente y automóviles al atardecer. Onelli daba una curva a la derecha en la colina y se convertía en una ruta que cruzaba la Pampa de Huenuleo hacia el Lago Gutiérrez. Cuando los magníficos picos de los cerros, más allá de la árida extensión de la Pampa, aparecieron cual inmensa postal turística tras la vuelta del camino, Alicia suspiró, conmovida. Esa imagen la impactaba cada vez que hacía esa ruta. Las humildes viviendas precarias de los recién llegados a la zona, muchos de ellos chilenos, se unían en pequeños conglomerados sobre los pastizales de la pampa, contrastando dolorosamente con el marco que les había tocado; uno de los paisajes más bellos de la Patagonia. Pasaron a la altura del cementerio de la ciudad, a la izquierda de la ruta y Alicia dijo secamente:
–Mañana Alcides Catriel va a tomar residencia permanente en ese campito–, y señaló con la cabeza hacia el bosquecillo de pinos y cipreses que parecía un oasis en el paisaje ocre, escasamente poblado, no lejos del asfalto–. Y es un lugar tan ventoso y frío en invierno.
–Supongo que cuando estás muerto eso ya no importa –respondió él, casi fastidiado por el comentario.
....................
Cuando llegaron a la puerta que estaba abierta de par en par, Alicia miró adentro. El piso era de cemento y había un intenso olor a velas ardiendo y flores un poco marchitas. La habitación estaba llena de gente y había un grupo de mujeres, vestidas de oscuro, sentadas en sillas ubicadas contra la pared. Opuesto a la puerta y rodeado de flores estaba el lustroso cajón, sobre dos gruesos pedestales de madera. Frente a él, un grupo de mujeres rezaba de pie el rosario en voz alta y plañidera. Los otros guardaban silencio, algunos siguiendo con los labios las plegarias. Alicia se detuvo en la puerta por unos segundos, buscando alguna cara familiar. Sergio le susurró al oído:
–Ahí está Jacinta.
La muchacha caminaba despacio hacia ellos, evitando a la gente y extendió su mano. Ellos se la estrecharon con formalidad, un poco cohibidos, murmurando algunas palabras de pésame. Ella tenía los ojos hinchados y rojos, y parecía haber envejecido notablemente.
–Gracias por venir señora, señor Brauer. El rosario empezó ahorita–, murmuró con voz cansada y afónica. Alicia, queriendo huir de allí, alcanzó a decirle:
Vamos a quedarnos sólo un ratito–. Y no encontró más palabras.
–Está bien –dijo ella–. Les buscaré un asiento –y comenzó a mirar alrededor.
–El cajón está cerrado –le murmuró Alicia a Sergio, sorprendida.
–Seguro que por la infección –aventuró él, también susurrando.
Sobre el cajón había un portarretratos con la foto de Alcides en uniforme, parado orgullosamente frente a la cámara. Bajo la foto del joven, estaba cruzada una bandera azul y blanca. Una canastita de flores naturales, modesta y sencilla completaba el conjunto. Aún no había ningún signo aparente de que los oficiales militares por los que Alcides había dado su vida hubieran participado en el homenaje familiar. Si no fuera por la bandera argentina, relativamente pequeña, y la foto, nadie hubiese dicho que allí yacía un héroe de la guerra de las Malvinas. Alicia dudaba de que los presentes notaran la ausencia del homenaje militar si no llegaba. Los argentinos nunca habían vivido una guerra antes, y no tenían puntos de referencias al respecto, salvo las películas de Hollywood. Y todo el mundo sabía que las películas son pura ficción.
La asaltó una urgente necesidad de salir corriendo de la casa y encender un cigarrillo, afuera, en silencio, lejos del murmullo.¨
"Si el éxito se medía por el nivel económico y el estatus social, Viviana era sin duda la más exitosa de todo el grupo que se había conocido en la secundaria.
–Se te ve muy bien, como siempre–, dijo Alicia con sincera admiración. Vestida con un trajecito sastre impecable y con el maquillaje fresco que cubría las aborrecidas pecas de pelirroja que la habían mortificado en la adolescencia, su amiga lucía espléndida.
–Gracias, vos también estás linda, como siempre –respondió Viviana con cortesía.
–Lo decís por cumplir. Estoy horrible.
–Qué vas a estar horrible. ¿De dónde sacaste eso? Tenés cara de cansada, nada más.
Se decidieron por una pequeña y ruidosa cafetería al lado del edificio. Estaba llena de gente y encontraron una mesa discretamente ubicada fuera del tráfico de los mozos. Al terminar el almuerzo Alicia juntó valor para preguntar si es que había visto a Susana a su regreso de Bariloche. Viviana levantó los ojos sorprendida y Alicia comprendió que todavía no había sospechado nada desde su llamada.
–¿Por qué? –Su expresión cambió. Los agudos ojos verdes delataban lo alarmada que estaba–. ¿Le pasa algo? No me digas que no la has visto desde que me llamaste desde tu casa… porque no la has visto, ¿no? ¿Hablaste con ella?
–La verdad es que no.
Viviana se inclinó sobre la mesa y, hablando en voz baja, mientras la miraba a los ojos, le dijo con franqueza:
–Espero que no te lo tomes a mal, Alicia, pero tengo que ser sincera con vos. No sé qué le ha pasado a Susana y sinceramente espero que esté bien, pero si la han metido presa, o se la han llevado, como le ha pasado a tanta gente que andaba metida en cosas raras contra el gobierno, yo no quiero ni saber qué pasó. No quiero tener absolutamente nada que ver con este tema. Y si vos decís que me hablaste de eso hoy, lo voy a negar. Espero que ella nunca más me llame–. Vaciló por un instante–. Mirá, yo he trabajado mucho y muy duro para llegar a donde estoy y no pienso arriesgar ni mi trabajo ni mi futuro porque una amiga mía se volvió loca y se metió en cosas turbias.
Alicia la miraba con los ojos desorbitados, fijos en los brillantes y fríos de la otra. No podía creer lo que estaba escuchando. Había anticipado varios tipos de reacciones, hasta miedo, pero nunca esta lección dicha con reproche, con odio. Se trataba de una buena amiga de Susana, o eso era lo que ella había creído hasta entonces.
–Tenés miedo. Estás muerta de miedo–, dijo Alicia sosteniendo su mirada, con bronca.
Viviana se revolvió en su silla, incómoda."
Fragmento del Capítulo XI
"Subieron hacia el Barrio Alto por la calle Onelli, la arteria comercial, siempre atestada de gente y automóviles al atardecer. Onelli daba una curva a la derecha en la colina y se convertía en una ruta que cruzaba la Pampa de Huenuleo hacia el Lago Gutiérrez. Cuando los magníficos picos de los cerros, más allá de la árida extensión de la Pampa, aparecieron cual inmensa postal turística tras la vuelta del camino, Alicia suspiró, conmovida. Esa imagen la impactaba cada vez que hacía esa ruta. Las humildes viviendas precarias de los recién llegados a la zona, muchos de ellos chilenos, se unían en pequeños conglomerados sobre los pastizales de la pampa, contrastando dolorosamente con el marco que les había tocado; uno de los paisajes más bellos de la Patagonia. Pasaron a la altura del cementerio de la ciudad, a la izquierda de la ruta y Alicia dijo secamente:
–Mañana Alcides Catriel va a tomar residencia permanente en ese campito–, y señaló con la cabeza hacia el bosquecillo de pinos y cipreses que parecía un oasis en el paisaje ocre, escasamente poblado, no lejos del asfalto–. Y es un lugar tan ventoso y frío en invierno.
–Supongo que cuando estás muerto eso ya no importa –respondió él, casi fastidiado por el comentario.
....................
Cuando llegaron a la puerta que estaba abierta de par en par, Alicia miró adentro. El piso era de cemento y había un intenso olor a velas ardiendo y flores un poco marchitas. La habitación estaba llena de gente y había un grupo de mujeres, vestidas de oscuro, sentadas en sillas ubicadas contra la pared. Opuesto a la puerta y rodeado de flores estaba el lustroso cajón, sobre dos gruesos pedestales de madera. Frente a él, un grupo de mujeres rezaba de pie el rosario en voz alta y plañidera. Los otros guardaban silencio, algunos siguiendo con los labios las plegarias. Alicia se detuvo en la puerta por unos segundos, buscando alguna cara familiar. Sergio le susurró al oído:
–Ahí está Jacinta.
La muchacha caminaba despacio hacia ellos, evitando a la gente y extendió su mano. Ellos se la estrecharon con formalidad, un poco cohibidos, murmurando algunas palabras de pésame. Ella tenía los ojos hinchados y rojos, y parecía haber envejecido notablemente.
–Gracias por venir señora, señor Brauer. El rosario empezó ahorita–, murmuró con voz cansada y afónica. Alicia, queriendo huir de allí, alcanzó a decirle:
Vamos a quedarnos sólo un ratito–. Y no encontró más palabras.
–Está bien –dijo ella–. Les buscaré un asiento –y comenzó a mirar alrededor.
–El cajón está cerrado –le murmuró Alicia a Sergio, sorprendida.
–Seguro que por la infección –aventuró él, también susurrando.
Sobre el cajón había un portarretratos con la foto de Alcides en uniforme, parado orgullosamente frente a la cámara. Bajo la foto del joven, estaba cruzada una bandera azul y blanca. Una canastita de flores naturales, modesta y sencilla completaba el conjunto. Aún no había ningún signo aparente de que los oficiales militares por los que Alcides había dado su vida hubieran participado en el homenaje familiar. Si no fuera por la bandera argentina, relativamente pequeña, y la foto, nadie hubiese dicho que allí yacía un héroe de la guerra de las Malvinas. Alicia dudaba de que los presentes notaran la ausencia del homenaje militar si no llegaba. Los argentinos nunca habían vivido una guerra antes, y no tenían puntos de referencias al respecto, salvo las películas de Hollywood. Y todo el mundo sabía que las películas son pura ficción.
La asaltó una urgente necesidad de salir corriendo de la casa y encender un cigarrillo, afuera, en silencio, lejos del murmullo.¨