DEL MEDITERRANEO AL PLATA
Tapa: Vapor Leon XIII, en el que viajó mi padre de España a la Argentina a los cinco años de edad
A la venta en Amazon y Barnes & Noble
Tapa blanda a la venta en "Entrada"
Comentarios del libro:
Metaforología Gaceta Literaria
El Nuevo Herald, Miami
Tapa blanda a la venta en "Entrada"
Comentarios del libro:
Metaforología Gaceta Literaria
El Nuevo Herald, Miami
Del Mediterráneo al Plata
Nominado finalista en el Global eBook Award 2012
en la categoría Ancestry/Heritage/Genealogy-Non Fiction
Nominado finalista en el Global eBook Award 2012
en la categoría Ancestry/Heritage/Genealogy-Non Fiction
Comentarios de los lectores a la primera edición (limitada) de Agosto de 2011:
"...al trazar la vida de tus ancestros has logrado un fresco costumbrista my valioso, con un estilo conciso y ameno. Pienso que también es un manifiesto feminista implícito, ya que sin estridencias ni lamentos, pintas a la perfección las limitaciones que han pesado (y pesarán) sobre las mujeres por siglos. Me maravilla el caudal y exactitud de información, inmerso en la marcha de los acontecimientos mundiales, lo que le da mucho interés."
Estela Cirelli, escritora y poeta argentina, autora de Don Guzmán y De Ficciones y Realidades. Buenos Aires, Argentina
"¡Me encantó! Hay partes sumamente dramáticas, y las características culturales de los españoles, argentinos e italianos, ¡qué bien logradas, Isabel! ¡Felicitaciones!"
Chavi Gálvez, traductora y especialista en comercio internacional, Cleveland, Ohio
"Isabel, para quienes somos descendientes de inmigrantes, son vivencias movilizadoras... fue como ver en una película la vida de nuestros abuelos. Sencillamente encantador. No podés privar a los cordobeses y a todos los hijos de esos pioneros el placer de leer este libro. Sé que este es un tiraje corto para tu familia y no está a la venta, pero deberías publicarlo aunque sea en tapa blanda en la Argentina. Te felicito de todo corazón."
Alicia Albertoli, artesana, Carloz Paz, Córdoba, Argentina
"...al trazar la vida de tus ancestros has logrado un fresco costumbrista my valioso, con un estilo conciso y ameno. Pienso que también es un manifiesto feminista implícito, ya que sin estridencias ni lamentos, pintas a la perfección las limitaciones que han pesado (y pesarán) sobre las mujeres por siglos. Me maravilla el caudal y exactitud de información, inmerso en la marcha de los acontecimientos mundiales, lo que le da mucho interés."
Estela Cirelli, escritora y poeta argentina, autora de Don Guzmán y De Ficciones y Realidades. Buenos Aires, Argentina
"¡Me encantó! Hay partes sumamente dramáticas, y las características culturales de los españoles, argentinos e italianos, ¡qué bien logradas, Isabel! ¡Felicitaciones!"
Chavi Gálvez, traductora y especialista en comercio internacional, Cleveland, Ohio
"Isabel, para quienes somos descendientes de inmigrantes, son vivencias movilizadoras... fue como ver en una película la vida de nuestros abuelos. Sencillamente encantador. No podés privar a los cordobeses y a todos los hijos de esos pioneros el placer de leer este libro. Sé que este es un tiraje corto para tu familia y no está a la venta, pero deberías publicarlo aunque sea en tapa blanda en la Argentina. Te felicito de todo corazón."
Alicia Albertoli, artesana, Carloz Paz, Córdoba, Argentina
Fragmentos:
De Los Italianos:
"Dos días más tarde, Carmelo es el único pasajero que desciende en la parada del mercado. Está oscuro todavía, y apurando el paso se culpa interiormente por no haber coordinado con otros puesteros para viajar acompañado, como se lo había propuesto desde la semana anterior, cuando fue seguido por los dos sospechosos. Da vuelta a la esquina mientras maldice los faroles mortecinos que apenas irradian una luz amarilla y limitada que no permite ver detrás de las sombras.
Se ajusta la bufanda y cambia la bolsa de un brazo al otro, preparándose para bajar de la vereda a la calle y caminar sobre la calzada evitando las sombras, cuando comprende que está rodeado. Dos figuras han aparecido de golpe a los costados, y él, alerta, atina a revolear la pesada bolsa que lleva en la mano derecha y en la que carga dos piezas metálicas de la moledora de carne, pegándole con violencia en el estómago a uno de los hombres. Lo inesperado de su acción toma al individuo por sorpresa y encorvado por el dolor maldice y retrocede. El otro hombre se le echa encima con algo en la mano pero Carmelo levanta velozmente el brazo izquierdo y golpea con su codo el antebrazo que ya está cerca. El certero codazo desvía la el afilado acero que va dirigida a su cuello, y que ahora corre frío e indoloro desde la mandíbula izquierda hacia arriba, terminando cerca del ojo. La navaja vuela en el aire por el impacto y va a caer en algún lugar entre las sombras de la vereda.
Todavía aturdido por el inesperado ataque, Carmelo permanece tambaleándose por unos segundos en medio de la calle, mientras los dos atacantes corren hacia Nueve de Julio y desaparecen de su vista. Algo tibio le corre por el cuello y comprende que se trata de su sangre y escucha apresurados pasos que se aproximan.
Dos empleados de puestos vecinos se acercan rápidamente al comprender lo que ha sucedido y mientras uno de ellos lo ayuda a sentarse en el cordón de la vereda el otro corre, llamando a gritos, para alertar a los dos policías que hacen su ronda patrullando regularmente alrededor del mercado.
Cuando llega la ambulancia está amaneciendo y Carmelo siente que está a punto de perder el conocimiento, mientras continúa sosteniendo la herida cerrada con un pañuelo que, al igual que la bufanda tejida por Inés, ya está totalmente empapado en sangre."
De Los Españoles:
"Apoyado sobre la barandilla del inmenso vapor noruego en el que va a cruzar el Atlántico, Luis mira hacia la explanada donde se amontonan grupos de personas inquietas, saludando ocasionalmente, despidiendo a los que parten con destino a Sudamérica y que ascendieron esa mañana en Carthago Nova.
Es la primera vez que él ve a su ciudad desde esta perspectiva, desde lo alto de un navío. Esto es lo que ven los viajeros de paso, se dice, y también lo que ven los que como yo, dejan su tierra. Se pregunta si esta será la última vez que sus ojos miran los bellos cerros y las playas que rodean la profunda bahía azul. Esos senderos de pedregullo que él ha ascendido tantas veces, esas extensiones de arena blanca acariciada por las frescas olas en las que él ha nadado desde niño.
Vuelve su mirada hacia el muelle. Luis no sufre de vértigo, por eso no puede explicarse el vahído que siente al distinguir allá abajo a las tres figuras que componen todo su mundo: la mujer y los dos chavales queridos por los que él se larga hoy a buscar fortuna. Él, que nunca antes ha ido más allá del Campo de Cartagena.
Nadie de su familia fue a despedirlo y eso le duele. Aunque él no cedió, por amor propio, y no se arrepiente, ante la presión a la que lo sometieron. No quiere pensar ahora en los disgustos y las peleas que mantuvo con ellos. No pudieron aceptar sin quejas ni lamentos sus planes de intentar una nueva vida en otro país y aunque por fin, a regañadientes, hicieron las paces con él, todos se empecinaron en no ir al puerto hoy.
Luis mira hacia la derecha e imagina la casa natal, allá, tras aquel montón de edificaciones, del otro lado del cerro. Se despide mentalmente de la vieja y empedrada Montanaro y de los balcones con geranios carmesí frente a los que ha pasado a pie por última vez, hace solo un par de horas. Porque él no ha podido marcharse sin descender lentamente por la calle natal, llevando las maletas, a guisa de despedida, con Isabel y los chavales siguiéndolo.
Detrás de las ventanas estaban ellos, Francisco, Paco y Ginesa, sin duda llorando, no le hace falta haberlos visto para saber. Él también sollozaba en silencio, imaginando a Consuelo sentada en su silla de hamaca, el rostro entre las manos como cuando una gran pena la acongoja. Y él, el hijo mayor de esa casa, pasó frente a la ventana con la cabeza en alto, la última mirada para la mata de pelo oscuro del padre, allá arriba, detrás de los vidrios rectangulares.
Ahora vuelve su atención a la muchedumbre agolpada y divisa a Paquito que agita un pañuelo muy grande para él. Se pregunta si un chaval tan pequeño, que no ha cumplido aún cinco años comprenderá el riesgo que ese adiós a su padre significa.
Le devuelve el saludo tratando de fijar la imagen deformada por las lágrimas como una fotografía impresa en sus retinas. Esta memoria es lo que va a sustentarlo en los próximos meses."
De Los Italianos:
"Dos días más tarde, Carmelo es el único pasajero que desciende en la parada del mercado. Está oscuro todavía, y apurando el paso se culpa interiormente por no haber coordinado con otros puesteros para viajar acompañado, como se lo había propuesto desde la semana anterior, cuando fue seguido por los dos sospechosos. Da vuelta a la esquina mientras maldice los faroles mortecinos que apenas irradian una luz amarilla y limitada que no permite ver detrás de las sombras.
Se ajusta la bufanda y cambia la bolsa de un brazo al otro, preparándose para bajar de la vereda a la calle y caminar sobre la calzada evitando las sombras, cuando comprende que está rodeado. Dos figuras han aparecido de golpe a los costados, y él, alerta, atina a revolear la pesada bolsa que lleva en la mano derecha y en la que carga dos piezas metálicas de la moledora de carne, pegándole con violencia en el estómago a uno de los hombres. Lo inesperado de su acción toma al individuo por sorpresa y encorvado por el dolor maldice y retrocede. El otro hombre se le echa encima con algo en la mano pero Carmelo levanta velozmente el brazo izquierdo y golpea con su codo el antebrazo que ya está cerca. El certero codazo desvía la el afilado acero que va dirigida a su cuello, y que ahora corre frío e indoloro desde la mandíbula izquierda hacia arriba, terminando cerca del ojo. La navaja vuela en el aire por el impacto y va a caer en algún lugar entre las sombras de la vereda.
Todavía aturdido por el inesperado ataque, Carmelo permanece tambaleándose por unos segundos en medio de la calle, mientras los dos atacantes corren hacia Nueve de Julio y desaparecen de su vista. Algo tibio le corre por el cuello y comprende que se trata de su sangre y escucha apresurados pasos que se aproximan.
Dos empleados de puestos vecinos se acercan rápidamente al comprender lo que ha sucedido y mientras uno de ellos lo ayuda a sentarse en el cordón de la vereda el otro corre, llamando a gritos, para alertar a los dos policías que hacen su ronda patrullando regularmente alrededor del mercado.
Cuando llega la ambulancia está amaneciendo y Carmelo siente que está a punto de perder el conocimiento, mientras continúa sosteniendo la herida cerrada con un pañuelo que, al igual que la bufanda tejida por Inés, ya está totalmente empapado en sangre."
De Los Españoles:
"Apoyado sobre la barandilla del inmenso vapor noruego en el que va a cruzar el Atlántico, Luis mira hacia la explanada donde se amontonan grupos de personas inquietas, saludando ocasionalmente, despidiendo a los que parten con destino a Sudamérica y que ascendieron esa mañana en Carthago Nova.
Es la primera vez que él ve a su ciudad desde esta perspectiva, desde lo alto de un navío. Esto es lo que ven los viajeros de paso, se dice, y también lo que ven los que como yo, dejan su tierra. Se pregunta si esta será la última vez que sus ojos miran los bellos cerros y las playas que rodean la profunda bahía azul. Esos senderos de pedregullo que él ha ascendido tantas veces, esas extensiones de arena blanca acariciada por las frescas olas en las que él ha nadado desde niño.
Vuelve su mirada hacia el muelle. Luis no sufre de vértigo, por eso no puede explicarse el vahído que siente al distinguir allá abajo a las tres figuras que componen todo su mundo: la mujer y los dos chavales queridos por los que él se larga hoy a buscar fortuna. Él, que nunca antes ha ido más allá del Campo de Cartagena.
Nadie de su familia fue a despedirlo y eso le duele. Aunque él no cedió, por amor propio, y no se arrepiente, ante la presión a la que lo sometieron. No quiere pensar ahora en los disgustos y las peleas que mantuvo con ellos. No pudieron aceptar sin quejas ni lamentos sus planes de intentar una nueva vida en otro país y aunque por fin, a regañadientes, hicieron las paces con él, todos se empecinaron en no ir al puerto hoy.
Luis mira hacia la derecha e imagina la casa natal, allá, tras aquel montón de edificaciones, del otro lado del cerro. Se despide mentalmente de la vieja y empedrada Montanaro y de los balcones con geranios carmesí frente a los que ha pasado a pie por última vez, hace solo un par de horas. Porque él no ha podido marcharse sin descender lentamente por la calle natal, llevando las maletas, a guisa de despedida, con Isabel y los chavales siguiéndolo.
Detrás de las ventanas estaban ellos, Francisco, Paco y Ginesa, sin duda llorando, no le hace falta haberlos visto para saber. Él también sollozaba en silencio, imaginando a Consuelo sentada en su silla de hamaca, el rostro entre las manos como cuando una gran pena la acongoja. Y él, el hijo mayor de esa casa, pasó frente a la ventana con la cabeza en alto, la última mirada para la mata de pelo oscuro del padre, allá arriba, detrás de los vidrios rectangulares.
Ahora vuelve su atención a la muchedumbre agolpada y divisa a Paquito que agita un pañuelo muy grande para él. Se pregunta si un chaval tan pequeño, que no ha cumplido aún cinco años comprenderá el riesgo que ese adiós a su padre significa.
Le devuelve el saludo tratando de fijar la imagen deformada por las lágrimas como una fotografía impresa en sus retinas. Esta memoria es lo que va a sustentarlo en los próximos meses."